Lo que daría porque fuese ya de día y su dulce voz me susurrase “lavavajillas”, “espumadera” o “colesterol”. No podía evitarlo. Me había enamorado de ella. Y, ahora, pasar veinticuatro horas sin verla era una montaña demasiado alta que escalar. Las noches eran larguísimas, toledanas; y el recién llegado calor no ayudaba.
Pero mucho peores eran los fines de semana, cuando ella me dejaba solo. Como aquel domingo. Vagué por toda la casa, sin un triste partido de futbol que aliviara mi espera hasta el lunes; en aquella rutina que ella, con sus palabras, tanto había aliviado evitando que hiciera alguna tontería.
No podía esperar a que dieran las dos y poner el Canal Cocina en la tele.
Imagen: «Baltic tango» de Ville Hyvonen
¡Se te salta to el boinón! 🥘
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