Se vuelve a recomendar su lectura con esta banda sonora:
Es la mañana de Año Nuevo.
Y te han despertado unas risas a las siete de la mañana. Nada nuevo bajo el Sol. O sí, porque a veces lo que hace que abras los ojos son unos lloros un poco antes de las siete, que hacen que Ella y tú os llevéis a Pequeña a dormir a la cama con vosotros un último rato.

Por lo que parece, Pequeña ha entrado con buen pie en su segundo año de vida. Hoy no tenéis que metérosla en la cama. Casi mejor.
Porque en meter a Pequeña en la cama reside una de las grandes diferencias entre lo que tú creías que era la paternidad y lo que en realidad es. Porque hacerlo no es ni bonito, ni fácil. O no siempre lo es. El año pasado te relamías pensando en lo a gusto que se debía estar con Pequeña acurrucada a tu lado, calentitos los dos, o los tres en función del momento. Ojo, muchas veces es así. Pero otras no: algunas mañanas la única forma de que se duerma es dejar sus casi diez kilos encima de ti sin dejarte apenas respirar. Y cuando eso ocurre siendo la quinta vez que se despierta a lo largo de una noche, crees morir.
Es así con casi todos los aspectos de la paternidad. Y no puedes evitar replantearte si ha merecido la pena.
En seguida te contestas: SÍ. Por muy difícil que sea, por muchas cosas que hayan cambiado, SÍ.
Y mil millones de veces SÍ.
Todo ello a pesar de lo difícil que ha sido el año. Porque todo ha cambiado en tu vida: ahora no entiendes cómo antes te atrevías a decir que no tenías tiempo para nada. El año pasado tenías todo el tiempo y todas las opciones del mundo. Hasta había tardes en las incluso que podías no hacer nada. Ahora, si en algún momento no tienes que ocuparte de Pequeña, siempre hay otra cosa que hacer: la colada, la compra, preparar la comida… Y si no hay nada, o duermes o te duchas.
Porque tanto Ella como tú podéis contar con los dedos de la mano los ratos que habéis tenido para vosotros en el último año. Tanto individualmente como en pareja. Sobre todo en pareja. La llegada de Pequeña supuso una revolución para vosotros. Y todo gran cambio conlleva una gran adaptación. Que tampoco ha sido fácil, pues a la dificultad inherente a un matrimonio se unen las distintas opiniones y los nervios. Y el cansancio sobrehumano que supone la crianza. Ese cansancio que hace que una contestación sea más seca de lo debido, o no tener la paciencia suficiente para recibirlas…
Tumbado sobre la cama, detienes un momento tu pensamiento. Y te das cuenta de que, pese a estar hablando de la dureza del año, sonríes.
Con toda tu alma, además.
Porque Pequeña le ha dado sentido a todo. Aunque hubiera momentos, muy al principio o cuando empezó tu permiso de paternidad en verano, en el que no se lo veías del todo. El cansancio te nublaba la mente y no te dejaba ver con perspectiva. Hasta que llega un momento en el que cambia tu chip. En inglés hay una palabra que define exactamente lo que pensaste en ese momento: embrace. Literalmente significa abrazar, pero lo que en realidad quiere decir es “aceptar con ilusión los cambios”. Abrazar el cambio, hacerlo tuyo. Aceptar con todo el amor del mundo que tu situación ha cambiado. Saber que estás en el momento y lugar adecuado.
Y no querer cambiarlo por nada del mundo.
Una vez en se da ese embrace, lo único que haces disfrutar. De tu hija, de tu falta de tiempo. De estar en casa cuidando a Pequeña mientras Ella trabaja fuera. De no salir con tus amigos. De hecho, las pocas veces que lo has hecho, al principio vas con ilusión pero al final miras el reloj para volver con Ellas lo antes posible. Porque es el momento de tu vida en el que más realizado te has sentido. No sólo como persona, o como padre de manera obvia, sino como hombre.
Y como hombre en el sentido más antiguo, más machirulo de la palabra.
Porque en tu vida has hecho algo más masculino que cambiar un pañal o preparar un biberón. O retozar con tu hija en la cama por la mañana. O estar con ella dormida encima de ti toda la noche. O intentar, las pocas veces que podías en un malabarismo extremo, poner la lavadora y preparar la comida antes de que Ella llegara a casa. O volver a casa para preparar el baño en lugar de tomarte otra cerveza.
Porque un verdadero hombre es el que cuida de su familia. Ni más, ni menos.
Llevas un rato sólo en la cama. Ella se ha levantado y te ha dejado dormir un ratito, fruto del pacto que tenéis para los días festivos de turnaros el cuidado y desayuno de Pequeña. Es ahora cuando te das cuenta de que, en este rato de resumen del año, has pensado poco en Ella. Es lo suyo, en cierta parte. Ella seguro que piensa mucho más en Pequeña que en ti. Al fin y al cabo es vuestra máxima prioridad.
Pero es tremendamente injusto, sobre todo con Ella. Porque cada inconveniente o dificultad que le pones tú a la paternidad, súmale en Ella el dolor físico y los cambios que ha experimentado. Y lo que la sociedad erróneamente espera de Ella. También por los tristes acontecimientos en su parte de la familia, que es tuya también. Y que quizá su cuerpo haya cambiado. Dices quizá porque tú ni lo notas, cada día la ves más guapa. Por dentro en su papel de madre y por fuera en su papel de mujer. Y en ambas en su papel de esposa. Porque cada día la quieres más y crees que todo esto os ha unido más, si cabe.
La homenajeas un segundo en silencio y das gracias a Dios por haberla encontrado.
Te levantas de la cama y crees que es mejor homenajearla en voz alta, aunque sea a tu modo precario. Entras al salón y las ves, con su halo de luz y belleza. Ella le está dando el biberón a Pequeña.
Ambas te sonríen:
—Feliz Año Nuevo, cariño –te dice.
—Feliz Año —contestas mientras la besas—. Ve a prepararte el desayuno, que yo me ocupo de Pequeña. Ah, y otra cosa… Te quiero muchísimo. Os quiero muchísimo a los dos.
Sabes que el comer es mucho menos importante que el bienestar de Pequeña. Y que, incluso desayunando a las diez o comiendo a las cinco, vuestra familia acabará funcionando siempre.
Siendo sólo tres o siendo más.
Música: «Hola, tú» de Paco Bello
Imagen de flickr.com
Feliz año, Guapito
Pssssss
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