8 de diciembre de 1984.
Día de la Purísima. Lo recuerdo perfectamente porque, mientras me hablabas y ponías tus excusas peregrinas para no volver a vernos, yo intentaba abstraerme mirando a los pobres hombres que llevaban a la Virgen en procesión.

Aquel día me parecieron afortunados.
Y en este bar, a través del mismo ventanal, 36 años después, te he vuelto a ver.
O eso hubiera parecido, dada la semejanza. Has entrado en el café y mientras te sentabas, sin preámbulos de ningún tipo, tu hija me ha dicho:
—Hola, Papá. Antes de morir, Mamá me dejó tus señas.
Imagen de «El Norte de Castilla»