Ha pasado un año. De siete de diciembre a siete de diciembre. Trescientos sesenta y seis días, con sus correspondientes noches.
El año más corto de tu vida.

Porque antes de ese siete de diciembre habías hecho muchos planes con Ella para el siguiente año. Y, mirando hacia atrás, muy pocos se han cumplido.
Solamente uno.
Siendo sinceros, no ha sido ese el único que se cumplió, aunque fuera el más importante. Porque el viaje de novios os salió según lo planeado. Y las Navidades. El principio de año también fue según lo previsto. O la visita al parador en el puente tonto de finales de febrero que sólo tienen los profes.
Cuando el mundo había estallado ya y vosotros todavía no lo sabíais.
Así, de repente os encontrasteis encerrados en vuestra casa, sin más compañía que la del otro. Durante casi tres meses. La prueba del nueve para cualquier relación. Y de lo único que te acuerdas ahora es de no haber sentido miedo. Ninguno. O mejor dicho, de que tus miedos eran hacia fuera, nunca hacia dentro. Obviamente te asustaba el derrumbe de afuera, la infinidad de mal que podía ocurrirles a tus seres queridos.
Pero lo de dentro no te asustaba en absoluto.
A partir de ahí, todo ha sido muy rápido, como las cosas que de verdad te hacen feliz. De repente fuisteis tres, de repente empezasteis a salir, de repente hubo algo más de miedo. Porque ahora el mal podía hacer daño a dos personas a la vez, a las más valiosas.
Pero, pasito a pasito y con calma, los tres habéis llegado hasta otro siete de diciembre en buen estado. Mejor que nunca.
Ahora sólo rezas para que los siguientes mil años pasen más lento que este.
Porque quieres disfrutar de Ellas.