Desde el día que murió tuvo curiosidad por saber cuál sería su destino. Siempre pensó que lo conocería de inmediato, por lo que le sorprendió tener que esperar.

Se vio a sí misma caer al suelo. Y aguardó mucho tiempo, sufriendo por el miedo a la posible descomposición, hasta que aquel joven la encontró y, apiadándose de ella, la metió en la cámara frigorífica.
Y allí siguió esperando y esperando…
Hasta que alguien la reclamó. La apertura de la puerta le llenó de una esperanza truncada tras ser dividida en dos y pasada por el exprimidor.
Fue cuando comprendió que nunca existió el cielo de las naranjas.
Foto:»Huerto» de Gabriel