Para implorarle que vuelva a casa. Para eso se arrodilla Pablo a los pies de su cama. Lo hace por primera vez, nunca le han enseñado. Junta sus manos con fuerza, iluminadas por la luna llena que asoma por la ventana abierta, y comienza a rezar atropellando las palabras.
Y reza con tanta fuerza y tal fe, quizá desesperación, que sus plegarias son escuchadas. Si se trata de un milagro o de buena suerte, no se sabe; pero ella se arrepiente y, a la espalda de Pablo y sin que pueda verlo, reaparece por el jardín.
Oye un ladrido y se asoma a la ventana.
Image: «boy-praying» de justifycole
Jejeje creo que la tristeza y preocupación que se siente cuando se te escapa el perro solo es comparable a la alegría que te da cuando lo encuentras!! Muy bonito post!
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