Pintando aquellos extraños bisontes intentaba hacer tiempo hasta que dieran las cinco. Era mejor montar el circo cuando se acercara la hora de salida. No dejaba de mirar el cajón en el que guardaba el arma mortífera que había conseguido a precio de oro ayer en el callejón.
Por fin se iban a acabar todas las humillaciones y los insultos. Llevaba aguantándolo desde septiembre; ya estaba harto. No iba a aguantar ni un día más.
Cuando sonó el timbre y la profesora se dio la vuelta, abrió su cajón y lanzó la bomba fétida.