Vuelve a pedirme que le empuje. Sabe que, si no lo hago yo, él no se atreverá. Cree que abisales monstruos están esperando a que se decida para abrir sus fauces, y que las sirenas no le van a ayudar. Todo lo contrario; le hechizarán con sus cantos.
Y está seguro de que, desde fuera, la malvada madrastra va a continuar escrutándole, decidiendo si ese ser ataviado con unas ridículas gafas es digno de llamarse hijo suyo.
Es en mí en el único en quien confía ciegamente.
Y yo siento que la imaginación de mi hijo sólo es comparable a su miedo a tirarse a la piscina.
Imagen: «Rivulet» de a.dombrowski