Se asomó sola por la escotilla para disfrutar de la paz que por fin le ofrecía el paisaje de Estambul.
Cuando propuso el viaje a su marido e hijos, éstos se lo tomaron a broma, recordando la amenaza que ella siempre profería cuando alguno de ellos dejaba el suelo sin recoger o se mostraba irrespetuoso con ella.
Pero esta vez iba muy en serio.
Cegada por el atardecer del Bósforo, se puso las gafas y cogió el teléfono:
—Mehmet, ya está hecho… Sí, se lo bebieron sin darse cuenta… Mañana te pago la parte que te debo.
Por primera vez en su vida limpiaría el suelo con una sonrisa.
Imagen:»Atardecer en Estambul» de Jorge Gobbi