“Es como sale mejor; haciendo la prueba del nueve” decía siempre mi padre cuando repasaba conmigo las multiplicaciones que me mandaban en el cole.
Lo hacía al llegar a casa, tarde como siempre, no importaba lo cansado que estuviera; cada noche encontraba un rato para ayudar a su torpe hijo con las matemáticas.
Hoy soy ingeniero, y mi hijo ya no me necesita para eso; el ordenador le ayuda con sus dudas.
Y, mientras miro los ramos de flores y leo sus dedicatorias, pienso en cómo ha cambiado el mundo. Mi padre ya no está, y los niños ya no saben cómo hacer la prueba del nueve.