Como hacía todas las noches antes de irse a dormir, se quedó mirando el póster que llevaba tanto tiempo colgando en la pared. Lo quiso conservar cuando llegó allí, a modo de memoria de aquella película de ciencia ficción que creyó su gran oportunidad. También le recordaba lo ingenuo que fue, cómo se dejó engañar. Porque sólo había que mirar el cartel para adivinar que la película iba a ser un fracaso sin paliativos. A veces daba gracias a Dios, por el bien del cine y muy a su pesar, porque todo hubiera sido un timo y que la maldita cinta no se hubiera grabado nunca.
Tenía de todo, y todo malo; Ovnis, guerras, viajes intergalácticos… El guión entero era un despropósito tras otro, cualquiera lo hubiera advertido. Pero él era un actor joven, recién llegado a la gran ciudad y que hubiera hecho lo que fuera, legal o ilegal, por demostrar a su familia que no se había equivocado de profesión; que cualquier cosa era mejor que seguir los pasos de su padre en la tienducha del pueblo. Estaba convencido de que, si conseguía al fin que se rodara, la peli acabaría siendo un éxito y todo el mundo se derretiría en halagos, entendiendo el porqué de su marcha a Madrid.
Le sacó de su ensoñación la repentina llamada:
—¡Martínez, visita!
Aquí le llamaban Martínez. No como el productor que le convenció para perpetrar aquel alunizaje, el cual le dijo que su nombre artístico sería “Germán Denís”. Valiente gilipollez. Otra de las miles de mentiras que poblaron aquel negocio engañabobos.
Salió al pasillo a recibir a sus ancianos padres, que llevaban viniendo a verle religiosamente cada semana desde hacía cinco años.
Oyó cómo el guardia hacía resonar los barrotes al cerrar la puerta de la celda.
Imagen extraida de la pagina de la sesion de Escritura creativa del 03-07-16 de la web del Club de Escritura «El Ciervo Blanco» (www.elciervoblanco.club) para el que fue realizado este relato