Fue el día menos pensado, caminando por la calle en una tarde de domingo tan otoñal como mi ánimo aquellos días. Estabas leyendo una revista en un café, con pinta de estar esperando a alguien.

Y yo pasé por delante. Así de fácil. Y así de complicado y de azaroso.

Y me dio por recordar y, lo creas o no, por dudar. Me vinieron a la mente todos mis meses de persecución e interrogatorios, y tus evasivas y tus siempre fáciles escapatorias. Y de cómo al final te me escapaste sin nadie saber tu paradero, mientras yo me dedicaba a recopilar pruebas e indicios de todos tus pecados por si acaso algún día decidías volver.

Y dudé si entrar al café y decirte algo. A fin de cuentas, no estaba del todo seguro ni de mi evidencia ni de mi autoridad moral para echarte nada en cara. Y ya ves; a estas alturas me aterrorizó  que montaras una escena y que el momento resultara violento para todos.

Tuve que esperar un par de minutos sentado en el parque de enfrente para recomponerme; con la puerta del café siempre a la vista, no fueras a huir de mí otra vez. El frío viento y la grisura de la tarde, ya casi noche, de noviembre me infundieron del coraje necesario para entrar.

Artificialmente seguro y decidido irrumpí en el bar sonoramente y en tu cara de susto y sorpresa pude ver una minúscula sonrisa; quizá de satisfacción y de saber que, por fin, alguien iba a vencer:

—Policía; queda usted detenida— Y el reflejo de mi placa hizo que me guiñaras el ojo.

Imagen: «Waiting» de Damon Jah