— Abuelita Wendy, cuéntame otra vez la historia de cómo conociste al abuelo Peter.

—¿Otra vez? ¡Si te la he contado mil veces, Sarah!… Pues corría el mes de septiembre de 1940 y los alemanes habían empezado a atacar Londres, en lo que más tarde se conoció  como blitz. Fue un bombardeo horrible que los nazis mantuvieron sobre la ciudad durante meses. Yo sólo tenía dieciséis años y estaba siempre asustadísima, mirando por el balcón de mi habitación para ver si tenía que huir al metro a resguardarme de las bombas que caían por doquier. Y todo el tiempo veía a aquel chico vestido de verde en el tejado de enfrente, observando con sus prismáticos a los aviones enemigos. Y siempre acababa girándose y mirando hacia mi ventana. No importaba lo cerca que pasaran los aviones o lo peligroso que fuera; todos los días salía y, después de un tiempo, ya casi nunca miraba al cielo. Tan sólo hacia mi balcón. Al principio me intimidaba porque era algo mayor que yo y mi madre me había dicho que era un huérfano y un rufián. Pero, al cabo de una semana, le sonreí; y desde ese día tu abuelo se fue acercando más y más a mi ventana hasta que, en una noche muy fría de invierno, pegó un salto gigantesco, casi diría que voló desde su edificio hasta mi terraza. Tocó en mi ventana, y yo le abrí mi cuarto y mi corazón; y así cada noche hasta el día en que murió.

Imagen: «Flying over London on Peter Pan’s flight» de Loren Javier