Me queda un regusto amargo en la boca al quedarme solo en la habitación. No debía habérselo dicho. Aquello ocurrió hace mucho tiempo y ya no es importante en nuestro día a día.
Por qué habré tenido que hacerlo. Si entonces le eché la culpa al sacerdote y salí indemne de todo el asunto. Soy idiota; si ya estaba casi olvidado.
Tan, tan olvidado que al fin, entre bromas y copas de vino, me atreví a reconocérselo.
Después de quince años le confesé que el día de la boda, justo en el momento que nos decíamos “sí, quiero” ante el altar, la culpa de aquel nauseabundo olor había sido mía.
Imagen: «15:52 Bittersweetness BW» de NMR Photo
Jajajaja
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