Luna de miel

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Luna de miel en la Luna. Qué original…

Ese fue el regalo de bodas de mi suegro. A pesar de que en los últimos años el viaje a nuestro satélite se había hecho infinitamente popular, por barato, y destino típico de recién casados, por las obvias connotaciones lingüísticas, a Claudia y a mí nos hacía ilusión. Nunca habíamos estado; era el típico viaje que sabes que algún día harás, por lo que en nuestras vacaciones solíamos elegir destinos más exóticos; Ganímedes o Europa, tan de moda ahora en círculos alternativos. Al fin y al cabo, en la Luna casi lo único que había eran los típicos hoteles de “todo incluido” en los que te ponían una pulserita en la muñeca y te pasabas la semana en la piscina del hotel bebiendo margaritas junto a ingleses borrachos y jóvenes en sus viajes de fin de carrera.

Pero era un plan que nos apetecía. Nos iba a venir bien un poco de tranquilidad después de todo el estrés que habíamos tenido —más Claudia, como es lógico— preparando la boda, todo ello añadido a nuestra vida diaria, con nuestros aburridos y rutinarios trabajos; yo en la filial española de la NASA y Claudia las oficinas centrales de aquel vendedor de armas armenio.

Y, a decir verdad, la luna de miel fue tal y como la esperábamos; incluso mejor, diría yo. Nos dedicamos a despertarnos tarde, languidecer toda la mañana en la piscina del hotel, retozar mientras echábamos unas siestas larguísimas, salir a cenar y tomar una copa todas las noches con otra pareja que habíamos conocido allí, para después seguir ejerciendo el matrimonio hasta casi el amanecer.

Un gran viaje, hubiera dicho. Hasta que llego El Último Día.

Estábamos haciendo la maleta, recién levantados —a mediodía— pues la lanzadera que nos debía llevar al Embarcadero Principal salía a la una de la tarde. Desde allí cogeríamos la aeronave low-cost que el tacaño de mi suegro nos había reservado de vuelta a la Tierra; aunque había que reconocerle que los únicos vuelos Luna-Madrid a un precio razonable eran los que RyanSpace ofrecía. Y justo en el momento en el que Claudia dijo “ya estoy lista” las alarmas empezaron a tronar y por la megafonía del hotel se oyó:

 

“Sentimos comunicarles que las salidas del complejo han quedado clausuradas hasta nueva orden. Les emplazamos a que se dirijan al Salón Central del Hotel, en el que se les dará una explicación detallada y les informaremos de los pasos a seguir. Lamentamos las molestias”

 

 He de reconocer que mi primer pensamiento fue “vaya putada”. Me fastidiaba mucho que por uno de esos simulacros de incendio  pudiéramos perder la lanzadera. De todas formas, la culpa había sido nuestra por despertarnos tan tarde. Por cosas como éstas siempre dicen que vayas con tiempo al hacer un viaje.

En contraste con mi tranquilidad y mi enfado, la cara de Claudia reflejaba un sentimiento distinto, una mezcla de preocupación y responsabilidad que me tenía despistado y, por qué no decirlo, un tanto alarmado. Alarma que fue en aumento cuando, en nuestro camino al Salón Central, lo único que veíamos era gente corriendo y azafatas del hotel con rictus de funeral. Llegamos a la sala sin saber exactamente a qué atenernos.

Cuando el Director del Hotel se dirigió a nosotros, su rostro estaba bañado en lágrimas:

 

—Queridos amigos; hoy es un día muy triste para la raza humana. Las noticias que llegan de nuestro planeta son aterradoras; y un tanto confusas, dada la cantidad de medios que están expresando sus opiniones. Sinceramente, no me veo capaz de contarlo con palabras. Prefiero que lo vean ustedes mismos.

 

Fue en el momento en que descubrió la ventana central del salón, estratégicamente colocada para tener una visión completa de la Tierra, cuando pudimos ver el drama que nos encogió el corazón.

Nuestro planeta estaba, literalmente, en llamas. Más bien lo que estaba era explotando; repleta de miles, tal vez millones de explosiones superficiales, cada una mayor que la de al lado, que estaban devastando su superficie, convirtiéndola en un erial. No podía ni imaginar cuántos muertos debía haber ya. Por ejemplo, estaba viendo una enorme explosión justo en Madrid.

Cuando miré a Claudia, con toda la desolación del mundo pintada en mi rostro, ella estaba tranquila. Mirándome a los ojos, me dijo:

—Por fin ha ocurrido.

 

Imagen: «Full Moon» de rgdaniel

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