—Lo que usted diga, Doctor Frankenstein — me dijo mientras salía de la habitación, imitando la voz de Gracita Morales.
Siempre sabía cómo buscarme las cosquillas con ese mote ridículo. Al fin y al cabo, yo sólo era cirujano plástico. Además, bien que alabó el trabajo que hice con ella hace dos años. Entonces no se reía, aunque siguiera imitando a Gracita. Ya teníamos confianza tras las continuas visitas a su habitación, cuando mi mujer se tomaba una de sus pastillas para dormir.
Había tanta confianza que ya no recuerdo a quién de los dos se le ocurrió la idea de aumentar la dosis.
Imagen:»Frankenstein grave» de Stephen Cornelius