El armario donde acababa de encerrar a su muñeca olía a plástico y a fluidos corporales, de tan largo el tiempo en que su amiga hinchable llevaba guardada allí.
Pero esta vez se le había echado el tiempo encima; y su mujer estuvo cerca de descubrir su íntimo y pringoso secreto al aparecer de improviso en casa desde la gélida tarde de enero.
Azorado, disimuló; fingiendo estar en el servicio mientras ella, aterida, preguntaba:
—¿Sabes dónde habíamos guardado las mantas gordas, cariño? Parece que ya ha llegado el invierno.
—Estaban en la buhardilla, en el armarito del fondo a la derecha, ¿no? —contestó, siendo su boca más rápida que su mente.
Maldita dislexia.
Imagen: «Rustic Cupboard» de Grace_Kat