Sólo le quedaba un cigarrillo y bajo ningún concepto iba a entregárselo a nadie. Era lo único en lo que podía confiar para sobrellevar el drama de las últimas horas. Al final del corredor observaba la familiar a la vez que autoritaria silueta caminando hacia él dispuesta a frustrar su deseo. Daba la impresión de un ser superior; con poder sobre la vida y la muerte, al menos en lo poco que valía la suya. Contrastaba con su delicada voz al decirle:
—Vamos, Pablo, dame el cigarrillo. Me da igual que haya perdido el Madrid; ya sabes que con tu dentadura el chocolate está prohibido.
Imagen: «Cigarette» de Orkan Çep