Poco antes de que los domingos fueran amargos habían sido nuestro día.
Pasaba a buscarte por tu casa temprano y con muchas ganas, pues raro era cuando nos podíamos ver a solas en día laborable. Paseábamos tranquilos y hablábamos de nuestras cosas, bajando por la Castellana hasta llegar al Bernabéu. Nunca nos hacíamos demasiado caso; ocurre con aquellas personas que crees que nunca te van a faltar.
Dos horas más tarde cogíamos el Metro en andenes distintos, cada uno con dirección a su semana.
Y en estos domingos grises sigo mirando al cielo, y a tu asiento vacío, cada vez que el balón entra en la portería rival.
Foto de Enrique Dans