Sabía que no llegaría a su cita antes de que estallara la tormenta. El cielo estaba cada vez más plomizo y el viento de poniente empezaba a arreciar, haciendo mecerse las espigas que afloraban a cada lado del camino. El olor a tierra mojada indicaba que el chaparrón era inminente.
Ahora era cuando se arrepentía de no haber ido en coche hasta esa casa, en la que tanto tiempo convivieron y en la que muchas noches la pared que separaba sus alcobas se rompió.
Porque lo último que querría era que, después de todos esos años, él la viera calada hasta los huesos, dando la misma imagen de debilidad que demostró en su último encuentro, cuando leyeron el testamento. Aunque tampoco le interesaba mostrar el mismo atractivo de cuando era joven y aquel hombre desposó a su madre. De ahí la falda larga marrón y el jersey verde.
Pues donde hubo fuego, siempre quedan brasas; y a veces ni siquiera la más torrencial de las lluvias puede lograr que se apaguen.
Imagen: «Thunderstorm» de Lauren Rauniker