Pues eso, macho, es una historia para contársela a los nietos…
Era una noche de Navidades, muy cerca de Nochevieja, y salimos por Madrid. Yo ese día no iba a beber; estaba todavía haciendo la carrera y en Navidades era cuando me ponía a estudiar en serio, y me llevé el coche. Íbamos cuatro; Alex, Conrado, Pele y yo.
No me digas cómo cojones lo hice, pero conseguí aparcar en la calle Montera. En la misma Puerta del Sol, tío. En esa época no era peatonal, y de puto milagro encontré un sitio; justo uno que se iba. Total, que dejamos el coche ahí y nos fuimos de cañas por Huertas.
Estuvimos, yo que sé, tres horas por ahí; no era tarde cuando volvimos al coche, de hecho había montones de gente en la calle. Éstos iban ya medio pedo y querían que fuéramos a otro sitio, pero como yo iba sobrio y me tenían un poco hasta los huevos, les dije que yo iba para casa, que al día siguiente madrugaba y que quién quisiera quedarse de juerga por Madrid que luego que se pillara un taxi. Ya veía que me tocaba un rato de conductor sobrio con tres subnormales dándome la brasa y llamándome rancio por irme a casa.
Si te digo la verdad, no me di cuenta de nada de lo que pasaba cuando cogimos el coche. Fue Conrado el primero que me dijo algo:
—Tronco, echa el asiento hacia delante, que no quepo….
Ahí vi que, paticorto como soy, no llegaba a los pedales. Pensé que era raro, pero pasé del tema. Iba a arrancar el coche cuando me note que me tocaban en el cristal. Era mi amigo el Polaco, ¿le conoces?… Si, tío, este que es bajito y súper moreno… El caso es que salgo del coche a saludarle y va me dice:
—Tío, ¿éste es tu coche? Antes andaban unos policías hurgando en él.
—¡No me jodas!
—Sí, macho, te lo juro por Dios… Un par de polis. Había uno dentro y otro fuera.
—Joder, pues me he encontrado con el asiento echado para atrás.
—¿En serio? ¿Y no te han llamado? ¿Ni a tu casa?
—No, y mi padre me hubiera llamado hecho una furia si le llama la poli por algo del coche.
—No sé, pero yo que tú no lo arrancaba…
Estos lo oyeron también, pero como iban pedillo no vieron de qué iba el tema y me seguían diciendo que fuéramos para el barrio ya, que ellos se tomaban una copa por ahí mientras yo me iba a dormir.
Si te digo la verdad, no tenía ni puta idea de qué hacer. Cuando se fue el Polaco, me metí en el coche intentando decidir si lo arrancaba o no, si llamaba a la Policía para que me explicaran qué pasaba o qué coño habían hecho con el coche, o si llamaba a mi padre para contárselo.
Esta opción era la última, ya sabes cómo se ponía mi padre cada vez que liábamos alguna con el coche. Todavía retumban en las paredes de mi casa las voces que le metió a mi hermano cuando lo rayó con la columna del garaje. Quería mucho a ese coche, y fíjate que en aquella época ya estaba súper viejo; estamos hablando de un Opel Kadett del 89 y esto era como 2004 o 2005.
Cuando iba a olvidarme del asunto y tirar para casa, me puse a pensar en una cosa. ¿Y si no era la policía la que había estado tocando en el coche? ¿Y si eran unos tíos disfrazados de polis? Ten en cuenta que por esos años ETA todavía se cargaba a gente, menos que antes pero todavía pasaba. Y, tío, se me pasó por la cabeza que hubieran sido dos terroristas disfrazados los que le hubieran hecho algo al Kadett. Ya sabes que soy un poco conspiranoico, y me imaginé su posible plan; poner un petardo en un coche, dos días antes de Nochevieja, en la Puerta del Sol. No era su estilo ya, y menos desde lo del 11-M, pero nunca se sabe. Además, abrir un Kadett estaba mamao de fácil; yo mismo lo había abierto con un destornillador un día que me dejé las llaves dentro, y sabes que no soy nada manitas.
El caso es que estaba acojonado perdido. No sabía que hacer, si arrancarlo o no. Quería irme a mi casa, pero tampoco me hacía ilusión ser el responsable de la muerte de mis tres colegas, nosecuantos madrileños y la mía propia, que era la que más me importaba.
Lámame gilipollas, pero al final arranqué el coche. Decidí que no se puede ir por la vida con miedo y que si todos hiciéramos lo mismo nadie sacaría el coche de casa o se iría de viaje nunca. Metí la llave en el contacto y giré, sudando más de lo que lo había hecho en la vida, que ya es decir. Y cuando iba a arrancar el coche…
Nada. Como si me hubiera metido la llave por el culo. La cosa tomaba un tufillo cada vez más extraño. Miré debajo del volante y vi que el bombín —este concepto me lo explicó Conrado después, en ese momento no tenía ni guarra de qué cojones era un bombín— estaba partido en dos y sacado de su sitio.
Decidimos no tentar a la suerte más. Llame a mi padre primero, aguantando su chapa, y después a la Policía para que vinieran a ver lo que había pasado. Me explicaron que estaban a punto de llamarme; habían visto a unos quinquis intentar robarme el coche con una varilla del aceite y que al verles habían huido. De ahí que el Polaco les viera enredando en el Kadett.
Cuando mi padre vino a buscarnos estaba ya bastante calmado. Pero me dijo que estaba hasta los huevos del coche y que no lo iba a arreglar.
—Total, para que la siguiente vez que lo traigas a Madrid te lo roben o te deje tirado…
Y esa es la historia de por qué decidimos jubilar mi Kadett, después de tantos años de servicio.
Imagen:ForoCoches