Tormenta De Arena

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Te veía dormir relajada y, al contrario que en otras mañanas de esta última época, en paz.

Llevábamos mucho tiempo sin hablar el uno con el otro. Me refiero a  hablar de verdad, no a eso que hacíamos mientras desayunábamos; yo leyendo el periódico y tú untando la mermelada en las tostadas. A hablar entre, y acerca de, nosotros.

Esa misma mañana, el cartero acababa de dejar un paquete a tu nombre, con una única frase a modo de remitente. “Tormenta de Arena”. No tenía ni la más remota idea de qué podía significar aquella frase y, pese a que la curiosidad me mataba, no quise abrirlo. Porque siempre he creído que la correspondencia de una persona es inviolable, uno de los pocos rincones realmente propios que nos quedan.

El paquete en sí mismo era como cualquier otro. Una caja con todo el aspecto de contener un libro en su interior. No recordaba que me hubieras contado si habías encargado algo online, aunque la verdad es que hacía tiempo que no sabía muy bien qué hacías ni en qué andabas metida. Te pasabas todo el día en la buhardilla de nuestra casa, y únicamente salías para comer o acudir al lecho conyugal para una de nuestras típicas sesiones de “no sexo” tan frecuentes en esas semanas.

Los primeros días me había esforzado en preguntarte cómo estabas, sobre si el hecho de haber perdido el trabajo te hacía sentir triste de alguna manera. Sin embargo, tras un par de meses en los que tan sólo respondías con un críptico “Bien, no te preocupes, todo se arreglará…Siempre lo hace, ¿no?” que repetías día sí, día también, dejé de preguntar y asumí, errado como casi siempre, que cuando estuvieras preparada para hablar de tus —nuestros— sentimientos vendrías a mí.

El tiempo fue pasando, y lo que en su día fue una relación ardiente, cariñosa y llena de confianza mutua se había ido convirtiendo en una reliquia, en una pieza de museo que tan sólo era un espejo deformado de los gloriosos días pasados. Y todo había ocurrido poco a poco, desdén a desdén, grano a grano en el reloj, de arena como la tormenta del sobre, que anunciaba nuestra pronta disolución.

Lo único que me daba un poco de esperanza era verte dormir, tranquila y confiada, en mañanas de sábado como aquella. He de reconocer que había notado una cierta mejoría en tu ánimo y en el trato hacia mí en los anteriores diez días, quizá dos semanas; como si te hubieras quitado un peso de encima. Quizá tuviera que ver con que ya no pasaras tanto tiempo en tu leonera, signo de que empezabas a estar lista para salir de tu coraza y hablar de todo lo que te —nos— ocurría. O que tal vez habías decidido que lo nuestro estaba muerto y enterrado, y tuvieras ya en mente otros horizontes.

No te esperé para desayunar. Prefería que durmieras tranquila, y de paso evitar nuestra silenciosa rutina matinal. Mientras el café se iba filtrando como la humedad de la casa en mis huesos, dejé el paquete a tus pies, encima de la cama, para que fuera lo primero que vieras al despertar y como prueba de mi respeto a tu intimidad mientras no me dejaras entrar en ella.

Justo en el momento que terminaba mi café, ya frío como la mañana, y releía en el periódico los resultados deportivos, llegaste a la cocina con un libro en las manos y la sonrisa más franca que te había visto en el último año.

— Cariño, sé que llevo una temporada en que no hay quién me aguante y no te he hecho ni caso; tenía un proyecto entre manos y quería que fuera una sorpresa —Y me acercaste el libro.

Se llamaba “Tormenta de Arena” y, para mi sorpresa, tú eras la autora. Recordaba que cuando nos conocimos habías escrito algún relato para una página de Internet y habías ido a algún taller, pero no creía que hubieras seguido con tu afición.

—Es un libro sobre una mujer que se queda en paro y sale adelante gracias a la ayuda y la comprensión de su marido. Esta es la primera prueba de impresión que me manda la editorial. Lee la dedicatoria, anda.

— “Para mi marido, Luis, que ha sido mi sostén y ha aguantado muchas cosas, como que no saliera de mi habitación en un año. Te quiero; gracias por tu respeto”—Leí en voz alta mientras me mesabas el cabello.

Sin duda era un bonito detalle, pero un poco tardío. Ya sé que cada uno tiene su forma de llevar los momentos duros, y tú nunca fuiste  de las que hablaran de ello. Pero habías tenido todo un año para decírmelo y, sin embargo, permitiste que me consumiera de remordimientos por no saber, por no poder, ayudarte cuando, sin saberlo, lo estaba haciendo.

Te miré a los ojos, sorprendido de lo poco que te conocía después de tantos años. Fue en ese preciso momento cuando supe que no había vuelta atrás.

 

 

Foto: “Sandstorm Hits Camp Adder” de Spc. Anita VanderMolen

 

3 comentarios en “Tormenta De Arena

  1. Hola Diego:

    ¿A qué me suena a mí esa tormenta? ¡Literautas! A medida que lo iba leyendo me decía: yo ya leí antes esta historia. Hace tiempo que no estoy por el taller, pero una siempre se acuerda de los compañeros que leía. Una muy buena forma de inaugurar tu blog, desde luego.

    Muchos besos y feliz andadura 🙂

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